miércoles, 6 de enero de 2016

A partir de un poema de Santiago Sylvester



Para la “poesía del pensamiento” (empleo a propósito la denominación que entre otros ha usado  Santiago Sylvester), la belleza es un concepto no desfondado. Un dato de la realidad. Me refiero a que si bien en esta tesitura poética mucho viene examinado, no obstante, hay un límite y la rosa sigue siendo sin por qué; la belleza está dispersa o cambia de lugar, como en este poema:

Naranjas

La belleza cambia continuamente de lugar: en esto reside el
    secreto de las naranjas, que concentran toda la
    luz dispersa de la cocina,
y el de la luz que reposa en las naranjas,
donde por fin tiene algo que decir.

En esto reside el pronombre personal que soy sin darme
   cuenta,
porque soy el que junta todo de un vistazo:
   manía de ver lo que está allí, de querer verlo,
   espiando unas naranjas para entender la belleza
 de una tarde que, cuando esto ocurre, ya
 no existe.

En esto reside el secreto
para entender lo que (por ejemplo, naranjas)
   no se queda quieto dentro de uno.

El poema integra el libro Escenarios (Verbum, Madrid, 1993), título que ancla, como mucha de la imaginación poética del autor, en el espacio. Esta situación de su poesía es la que me llama la atención, como si fuera realmente el caso que se interroga en el conjunto de los poemas.  Claramente el escenario convoca otros significados, entre los que destaca es desdoblamiento. Tópico barroco por antonomasia, se abre (y la poesía así lo confirma) a la postulación de la incertidumbre, al de la distancia del observador y a la interrogación cautelosa y a tientas del yo, preocupado por el tiempo.
Todos estos elementos están concentrados en el poema transcripto, que en la mitad del libro (en el centro del escenario) apunta de manera oblicua y como quien no quiere la cosa, los límites del escepticismo.
Reviso otros poemas y advierto cierta familiaridad con Girri, Giannuzzi, (más débil, Vallejo), un aire de familia, una búsqueda emprendida con herramientas lingüísticas que se ordenan en esta tradición de la poesía. Por eso, la belleza de las naranjas se da en el ámbito coloquial de la cocina y hay un ojo que espía y una dicción distendida, que encuentra en lo prosaico una vía de no falsificación retórica.
Leo algunos ensayos de Sylvester sobre la poesía y encuentro varias referencias a Macedonio Fernández. Reviso y sí, también se lo oye. Ni que decir que un poco más allá (o más acá, no sé) está la intuición de Borges de que la belleza (como la felicidad) es frecuente… Así pues, se construye una poética, pienso, con sus propias notas de identidad. Porque, en efecto, estas no son las naranjas ni la cocina de Giannuzzi. Si lo fueran, quizás las naranjas estarían en proceso de putrefacción, en el ápice de una belleza a punto de desplomarse irremediablemente en el vacío. Y la cocina sería el ámbito de resonancia de utensilios que libran una guerra atronadora, pero inaudible para los oídos habituados a la música destemplada de la modernidad. Por eso, en la poesía de Giannuzzi hay ritmo, porque hay tiempo; mientras que aquí predomina el espacio, y el tiempo se ha detenido casi por completo. Digo esto para ejemplificar cómo se abre paso lo propio en la poesía de Sylvester y cómo también hay artificio, la construcción de un objeto poético coherente (selección, trabajo, etc.)
La poesía del pensamiento no constituye un estilo (por decirlo de algún modo) reivindicado como tendencia de la poesía argentina de los 90 o de la primera década del nuevo siglo. Si Giannuzzi ha encontrado un casillero, ha sido dentro del objetivismo. Sin embargo, la veta reflexiva de su poesía es una de las más llamativas. Tampoco es que hayan escaseado otras manifestaciones  de este tipo, quiero decir, una exploración poética de la realidad que metaboliza y decanta en clave metafórica la interrogación por el lenguaje y el sujeto propia de la filosofía; que se vale de los conceptos y de la retórica asentada en lo conceptual para horadar a los unos y a la otra.

Creo que si se prestara atención a esta veta, podríamos no solo enriquecer nuestra comprensión de las tensiones formativas de la poesía argentina, sino nuestra propia experiencia de la realidad, que inevitablemente se hace también con las palabras.

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