domingo, 27 de diciembre de 2015

Limónov, prêt-à-porter





 ¿Para cuándo una ficción en una buena y neta tercera persona? Ese es el clamor que surge
al leer Limónov de Emmanuel Carrère.
   Es cierto, el mecanismo de la novela es transparente, pero al revés de esos relojes de vidrio cuyo encanto no está en la superficie que da la hora, sino al contrario, en los pulidos, aceitados y precisos engranajes que se articulan entre sí, aquí la transparencia está al servicio de la superficie. “De lejos te vi venir”, diría  el tanguero. Se trata de un antihéroe que traza una especie de parábola inversa: de pandillero a cínico poeta reventado, luego fanático dirigente fascista, para terminar en la cárcel, injustamente acusado de terrorismo, pero… convirtiéndose en una especie de preso modelo, suma del equilibrio entre resistencia física y ejercicios yoguis, genuino interés por los desclasados y admirado por su obra.
   Mi marido me pregunta si vale la pena la novela, recomendada por un amigo, a raíz de una nota de Forn, más interesado en su protagonista. Es ese tipo de novela que te informa. La crónica y la coartada de la biografía le permite a su autor contextualizar la historia en la URSS  desde los años 50 aproximadamente hasta un poco más allá del primer lustro del s. XXI. Ahora, qué decir de esos cincuenta años o más. Claramente se trata de una novela, así que Carrère se siente dispensado de todo rigor. No lo digo porque yo haya descubierto que hay falsificaciones o irregularidades en el manejo de datos, pues ignoro absolutamente el tema, pero se advierte el ritmo de un periodismo ligero, la narración que suma datos de muchos nombres impronunciablemente rusos y términos claves en esa misma lengua junto a anécdotas más o menos chismosas que dan la pauta de la inescrupulosidad de tal o cual primer ministro o general, llámese Govachov, Yeltsin o Putin, en los famosos entretelones del poder. Te informa asimismo a vuelo de pájaro del contexto intelectual. En realidad, para situar a Limònov, hay un permanente contrapunto con otras figuras de los espacios literarios o cinematográficos o periodísticos. Así que hay algunos párrafos dedicados a Tarkovsky (padre e hijo), Solzhenitsyn, Brodsky, los hermanos Mikhalkov entre las figuras mayores y otros más cercanos a nuestros días, todos ellos también materia del decorado imprescindible para que este aparato de unas cuatrocientas hojas funcione como lectura de los primeros días de vacaciones.
   ¿Vale la pena? Y sí: vale la pena advertir qué brebaje se prepara para cierta franja del público lector en la que yo me encuentro. Tiene estos elementos que he expuesto antes y que aseguran un ritmo ágil para llegar a un final que no amarga lo que resta del verano. Además: el cinismo del personaje es claramente compartido con el del narrador, que se espeja en aquel, se explora, se mide: he allí un plieguecito que podría dar la pauta para una reseña un poco más sutil. Una reseña que haría hincapié en el ejercicio de la traducción de lo otro a lo mismo: Limónov es lo otro traducido a la moral y al estilo espiritual, curtido en cierto nihilismo propio de los noventa de un escritor francés ilustrado que se las sabe todas. Ahí viene que uno extraña al narrador a quien no se le cruzó  recurrir a la exploración del yo a través de una biografía que arroja luz sobre el autor, sino una buena novela en tercera persona, que no haga trampa. Creación eficaz de mundo externo, interno, intersubjetivo…como se quiera, pero no mera copia servil con temple psicologizante o politizante o sociologizante.
   Sí, vale la pena ver qué publica Anagrama, ver por dónde se corta hoy el bacalao.

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