martes, 24 de marzo de 2020

El callado





Mi hermano, sentado en una reposera,
recita el nombre de todos sus perros.
Nunca jugó conmigo. Era muy grande
y yo muy chica, pero me abrazaba
fuerte, fuerte, hasta hacerme doler.
Tiene en el fondo de su casa un patio
de tierra, árboles, enredaderas.
Hay también un farol bajo las ramas
que difuminan la luz en la noche
de verano mendocino. Charlamos
como si fuera la primera vez,
como quien se mete a un río a oscuras
y ve menos que lo que siente: agua
negra que de a poco va envolviéndonos;
familiar el nombre, pero lo más,
desconocido y cada vez más hondo.
Tal vez por eso mi hermano aproxima
suavemente a la orilla de la charla
el catálogo de perros: me tiende
lo más suyo a ver si lo reconozco.

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