Se
propone describir una botella sobre la mesa y entonces, del pensamiento al
acto, en menos de lo que se tarda en buscar papel y lápiz, se abren como surcos
los caminos futuros: que no sólo había atendido a la botella, sino también a la
mesa en donde está, es decir, a dos cosas que convocan con sus particularidades
todo un entorno como una prolongación sin ripios de aquella primera imagen: vgr. botella de gaseosa sobre mantel
floreado rige cocina con cierto desorden de vajilla, migas dispersas y un poco
de sal derramada; en cambio, botella de vino fino conduce a otra mesa o
contrasta con la primera a la manera de situación al menos no común. Se le
ocurren varias combinaciones más, que dan otros tantos climas, con sus
personajes, sus horas de la tarde o del día, sus incipientes historias de vida.
Advierte entonces, no sin alegría, que puede inventar toda una realidad a
partir de aquel pequeño incidente, y ya se encamina en dicha dirección cuando
una imagen, oculta pero persistente en la memoria aflora y viene a turbar el
comienzo efectivo del relato: desde la ventana de un primer piso, en su casa,
una vez veló hasta la llegada del día. Se filtraban los primeros colores del
alba. Era uno de esos cielos límpidos que siguen a una gran tormenta. Las nubes
gruesas y rojas parecían abalanzarse sobre las terrazas y las antenas de T.V.
La sensación de ahogo la invade ahora y
piensa –quién sabe por qué- en la muerte.
De allí que se le revele otra
posibilidad en el preciso instante en que, útiles en mano, se ha sentado a
escribir: fijar el instante, aquél, el primero, aunque no fuera una cumbre de
placer ni de angustia ni de sentimiento del absurdo. Escribir sobre un estar
laxo y llano frente a la botella, sin ganas de sentir, sin nada que decir.
Sin embargo, ahora ya no puede negar haber entrevisto una última,
definitiva y letal posibilidad que se dilata en la voraz pregunta sobre el
sentido de hacerlo, el para qué o más propiamente el para quién.
Entre tanto ha pasado el tiempo. El momento ha pasado para siempre y
para el olvido. Siente que la respuesta a su pregunta es un para nadie y en ese
vacío caen el instante y la muerte, el impulso y la negación inmediata del
impulso. Ha caído en la trampa... o tal vez, no –se rectifica- tal vez en ella
estaba cuando vio sobre la mesa la botella. Muy cansada se levanta y, al
hacerlo, advierte la sal que también estaba volcada sobre la mesa. Perturbada
por la desgracia inminente que anuncia el hecho, se apresura a tomar dos pizcas
con sendas manos y arrojarlas por atrás de los hombros a los ojos del propio
diablo, que estaba espiando.
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