miércoles, 26 de diciembre de 2018

Sobre LAS VIDAS DE JOSEPH CONRAD





Entre las páginas 232 y 263 de la biografía de Conrad compuesta por John Stape (The Several Lives of Joseph Conrad, 2007), 11 veces se nos indica que el escritor ha padecido ataques de gota; la rodilla de Jessie, la esposa, empieza a doler, lo cual será todo un tópico insufriblemente presente a partir de este momento. Estamos en el periodo 1915 a 1919. Ya hemos leído entre las páginas 168 y 200 que ocupan el periodo de 1905 a 1909, época en que el escritor publica Lord Jim, Tifón y Nostromo, que fueron 20 los ataques de gota. Desde mucho antes, según se nos informa, Conrad afrontó una y otra vez problemas financieros: conoceremos detalladamente cuándo le escribió a su tío Tadeuz, a Unwin, su editor y a otros amigos solicitándoles préstamos, a pesar de que el “negocio” de escribir es cada vez más rentable (hay prolija información sobre los pagos recibidos por sus entregas, con la correspondiente actualización a la fecha de escritura de la biografía). A la suma de este tipo de desdichas hay que agregar la ocasionada por el trauma de Borys su hijo, con sus crisis neurasténicas después de la guerra (la primera). En el medio, la rápida crónica de los viajes realizados, qué tren o barco tomó, dónde se hospedó, cuánto gastó de más, en qué casas vivió, quienes lo visitaron y la renta que pagaba, mientras indefectiblemente lo pasaba mal. En la trama de estos hilos se coloca la información de lo que Conrad iba escribiendo.  Selecciono al azar un párrafo que ilustra la escritura de Stape:


«El “final” [de Lord Jim] fue celebrado con una vacaciones de trabajo de tres semanas con los Hueffer en Bélgica.El grupo se alojó inicialmente en la rue Anglaise, en el centro de Brujas, pero encontraron calurosa la vieja ciudad y pronto la cambiaron por el Grand Hôtel de la Plate, en la cercana costa de Knocke-sur-Mer, después de que Podarowska les comentara las maravillas del lugar. Los dos colaboradores escribieron un poco. El grupo incluía dos niñas pequeñas – Christina de tres años y Catherine de seis meses- y a Borys de dos años y medios, que cayó gravemente enfermo de disentería. Necesitaba cuidados constantes, y el pánico se extendió por todo el hotel. Jessie Conrad recordaba las vacaciones como “una pesadilla”, una experiencia “terrible”, adjetivos reforzados sin duda por el tiempo pasado en compañía de Hueffer. De vuelta en The Pent, Jessie curó a Borys con una dieta a base de “carne cruda, tostadas secas y claras de huevo en agua”, mientras Conrad se centraba en el libro de relatos para Blackwood, aún por completar. Los problemas no le daban tregua y el cansancio y la ansiedad hicieron que Jessie terminara con neuralgia, mientras que Conrad cayó víctima de “un resfriado, tos, hemorroides y una descomposición intestinal”.»  (p.142).

¿Qué se rescata de las vacaciones? Lo mal que lo pasó el grupo por varios motivos. ¿A partir de qué fuentes? Tres para este párrafo: las memorias de Jessie, una carta suya y otra de Conrad. Evidentemente Stape ha buscado y chequeado mucha información. Ahora bien, lo que llama la atención es el énfasis puesto en los problemas de salud (¿Qué relieve tiene el dato de cómo Jessie curó a su hijo?) y la impresión general de incomodidad y disgusto. La colaboración con Hueffer (Ford Madox Ford) se restringe a la frase “los dos colaboradores escribieron un poco” (¡"un poco! ¿Qué poco? ¿De qué fuente a la que uno pueda consultar extrae el dato? Ah, esta parte no tiene nota al pie).



Me pregunto cuándo o con qué fin vamos hacia la biografía del autor. Imagino varias posibilidades: buscamos datos que relacionen vida y obra; su mundo de lecturas y la obra; el ambiente intelectual, las tensiones políticas en las que se ve inmerso, sus dramas familiares, personales, etc. Todo ello suponiendo algún vínculo con la obra. En cualquier caso, la producción creativa que se ha leído constituye el origen de esa curiosidad. Y más todavía: el gusto que nos ha ocasionado o, si se quiere, cuánto nos ha interpelado de una manera u otra. Vamos en busca de una complejidad mayor. A mi modo de ver la biografía de Stape aplana cualquier complejidad. Sus valoraciones estrictamente literarias están atadas a un patrón interpretativo que, aunque no se expone directamente, remacha continuamente en la necesidad del autor de ser reconocido y de conseguir dinero (ambos fines serían solidarios entre sí), de modo tal que, desde esta óptica muchos de sus textos nacerían altamente condicionados por dichos propósitos, con el resultado de cierta mengua de originalidad y de profundidad en las últimas obras narrativas;  de cierta insustancialidad en materia ensayística, y en el caso de la dramaturgia constituirían un fracaso previsible dado el desinterés real que lo lleva a no dominar el estado del arte. Asimismo, la fragilidad de su salud física y mental encontraría explicación sobre todo en esta situación de permanente ahogo y estrés.

Es cierto que el propósito del biógrafo, expresado en el prólogo, es el de desactivar el mito Conrad, calibrar lo que considera exageraciones y desmentir falsedades presentes en otras biografías sobre el autor. Ahora bien, la pesquisa que lleva minuciosamente a cabo no deja de construir -también ella- una imagen del escritor (ya hemos visto cuál). Decidido a evitar lo que llama “puntos de vista” subjetivos, propios de quienes se relacionaron con Conrad, se atiene a datos que en más de una ocasión resultan completamente triviales. Así, Stape no lee, por ejemplo, en las cartas que cita, la ironía, el humor de Conrad. En el párrafo que citamos antes, se advierte en la enumeración de males que ha sufrido a la vuelta de Knocke-sur-Mer (“un resfriado, tos, hemorroides y una descomposición intestinal”) una exageración jocosa. Ese rasgo de su escritura (y acaso carácter) está muy presente en sus cartas. La primera que le manda A Edward Garnett (4 de enero de 1995), el lector-editor de Unwin que será amigo de Conrad a lo largo de toda su vida, dice refiriéndose a la calle en la que vive: “¿Le importaría viajar hasta Gillingham 17 (Victoria)? La región está calma ahora por estos lados y sus habitantes han abandonado, creo hace ya un tiempo, la práctica del canibalismo. Diga día y hora.” En otra, haciendo referencia a la imposibilidad de escribir (también a Garnett, el 29 de marzo de 1988), ofuscado por una crítica adversa en el Times, tomando a broma la situación de padre primerizo y sin poder concentrarse para continuar con la escritura de Salvamento, dice:



“Me pregunto a veces si no estaré embrujado o si no habré sido víctima de un mal de ojo. Pero no existe la “jettatura” en Inglaterra. Le aseguro que hablo sensatamente y le doy mi palabra de honor que a veces toda mi resolución y poder de autocontrol están puestos en abstenerme de romper mi cabeza contra la pared. Quiero aullar y echar espuma por la boca, pero temo despertar al bebé y alarmar a mi mujer…”



Conrad dibuja una escena en la que se ríe un poco de sí mismo de las horas que pasa sin poder escribir. Un cierto pudor envuelve la confidencia bajo la apariencia que propone la expresión hiperbólica, con el anti-climax final en este fragmento. Es extraño que el biógrafo no repare en ello y que de esta carta extraiga el dato de que no se podía levantar “por un brutal acceso de nervios”, lo cual también está dicho, solo que la expresión, fuera del contexto más amplio, sugiere un dramatismo que la misma carta se encarga de atenuar e incluso desviar. Nada se dice tampoco de otros matices muy presentes en sus cartas que es el afecto que manifiesta con sus co-responsales, la cordialidad, las reiteradas invitaciones para encontrarse a conversar, y, sobre todo, el tipo de dificultad que en materia de escritura encuentra Conrad, las referencias a lecturas y opiniones sobre distintos autores y/o situaciones de la vida literaria, todo lo cual es lo que resulta de máximo interés para aproximarnos a la fábrica creativa del novelista.

La biografía no hace honor a su título. Ofrece un aspecto muy limitado de un aspecto de la vida del escritor. Debiera haberse llamado: Sobre la incapacidad de Conrad de administrar su dinerito y los problemas nerviosos derivados. Un buen subtítulo podría ser: Ocasión para una investigación académica au delà de toda simpatía. No se dudará de la “verdad” de los datos que Stape recaba, pero una observación de Cortázar al respecto de Poe podría hacérsele al pulido biógrafo: locos hay muchos, pero ninguno escribió lo que Poe.


jueves, 15 de noviembre de 2018

Poesía de Mario Paoletti







En estos días se ha presentado en España una compilación de la totalidad de la obra poética de Mario Paoletti (Prólogo y notas de Pilar Bravo), con el título Amar es la cuarta parte del problema. Reúne su producción desde 1973 a la fecha. Ya en otra ocasión he expuesto que no deja de asombrar el descuido que minuciosamente tributamos a muchos de nuestros escritores cuya historia de vida y obra está tan unida a las penurias de la historia nacional reciente (véase el post del 12/07/17). Sin dudas esta publicación tiene el mérito de devolvernos el perfil de un hombre que la padeció y pudo vivir para contarlo.

El libro que está dividido en dos partes: “De flores propias” donde se compilan Inventarios, Retratos y Autorretratos, Viceversa, Hetero/doxos, 52 retratos de amigos íntimos, Poemas surtidos, Penúltimos versos, Diario del año del cangrejo) y “De flores ajenas” que reúne lo que el autor denomina “transcripciones” en verso de ciertas prosas, a saber de Proust (Cuaderno Proust), Arlt (Arltianas), Ortega y Gasset (Poemas con Ortega) y Ramón Gómez de la Serna (De flores ajenas).   

Si bien hay algo de registro implícito de la propia vida en la obra de casi todos los poetas, en esta es notable la voluntad de convocar a cierta -breve- permanencia (la de las palabras en el papel) retazos, girones de lo que valió la pena de vivir. Nunca tan bien puesto el nombre de “Inventario” a uno de sus libros, el primero, pues, en efecto, el que lo hace persigue un balance y entonces pone ecuánimemente los más y los menos, el debe y el haber, cada artículo en su caja, y hace una muesca en la hoja. Cuenta, clasifica y pondera. De allí, cierta distancia asumida frente a las cosas. La forma en que la asume no está exenta, a veces, de la sonrisa levemente irónica o apenas nostálgica y, a veces, de cierta reflexión, que se traduce en juicios netos, en ocasiones con humor, remates del poema que buscan cruzarse a la vereda del frente de cualquier sombra de patetismo. La actividad de constatar el propio mundo puede expresarse poéticamente de muchas y variadísimas formas. En esta obra, se asemeja al palpar: tiene esa inmediatez del tacto, quizás por efecto de uso de un lenguaje llano, coloquial, que se integra al caudal lingüístico del Río de la Plata, abonado desde la orilla occidental por Arlt, González Tuñón, Cortázar, el tango y, por supuesto, Borges (los poemas de Hetero/doxos y de 52 retratos de amigos íntimos me hicieron acordar de las mini biografías de Borges en la Revista Hogar. El Poema Michaux según Borges me lo confirma).

La síntesis que opera Paoletti se inscribe en aquello que cobra relieve en una vida examinada y que se puede contar con los dedos de una mano, antes que en el lenguaje poético: sus poemas son por lo general breves, pero con versos cada vez más dilatados, propios de una dicción oral, despojada de adornos, como si en esto también apostara a cierta proximidad e inmediatez comunicativa: “Nunca lo abandonó la felicidad de escribir / con palabras sencillas, cada una en su lugar” destaca de Voltaire en una de los retratos de Hetero/doxos.

De los muchísimos poemas de esta obra, consigno apenas unos pocos. Se verá que los últimos son casi prosa. A mí me llama la atención el final de “El buen amor”, que habla del libro y del hombre que lo creó para terminar haciendo referencia a la tierra de Hita, perdurable por su miel. Me parece un acierto de expresión de la transparencia, una nada poética. La poesía de Paoletti tiene esos momentos, donde en lo más común y expuesto, en lo más llano se hace presente cierta humilde y tenue maravilla.



Cuero, plomo, algodón, acero

petróleo, cobre, hierro, lana

madera, estaño, plásticos.

Se necesitó exprimir a los tres reinos

para vestir y armar a este gendarme

que custodia mi celda.

El terror es caro.

(Cárcel de La Rioja, 1976).


Miro a mi hijo y me pregunto

cómo construiré el puente

que lo ponga al otro lado de la hipocresía.

Mi hijo me mira y quizás se pregunte

cómo habrá de construir su puente

sobre el abismo de mi hipocresía.

Por fortuna

los dos trabajamos en silencio.



AVISO


La mediocridad come de nuestro pan

y visita diariamente nuestra casa.

Todo Alonso Quijano soñador

siempre tendrá a su lado un cura y un barbero

que le quemarán los libros

para salvarlo.



CUANDO TITO, MI HERMANO…



Cuando Tito arengaba la zarza ardía.

Cuando Tito reía

el mundo entero era un cascabel.

Cuando Tito escrutaba

se nos ponían ojos de Justicia

(y era imposible no ser perfecto

e inmortal).

Cuando Tito se fue

se lo llevó todo

incluidas sus magias

que ahora ya no sirven para nada.





VEO VEO



Creo que ya he visto

todo lo que un hombre puede ver.

Vi tres arcoiris juntos en el cielo.

Vi a un padre llorando sobre el plato de sopa.

Vi Venecia.

Vi a un hombre inclinado sobre otro hombre

con un rayo en la mano, haciéndole daño.

Vi a Rulfo, que se apoyó en mi brazo.

Vi a una mujer hermosa

con los brazos en alto recogiéndose el pelo.

Vi la crueldad por aburrimiento

y el heroísmo por orgullo.

Vi a la Muerte pasar a mi lado sin reconocerme

y vi a mi hermano incendiando corazones.

Una noche vi lo que no debiera haber visto.

Vi a la Tierra girando en el espacio y oí su ruido.

Vi el Paraíso, pero me expulsaron.

Vi a una madre jugando con harina.

Vi caer a un gato desde lo alto y matarse.

Vi a un hombre altísimo con manos de relojero

y vi a las silenciosas mujeres de Vermeer.

También vi a Dios, una tarde, en una celda,

pero se fue, y no hubo nada.



SEÑORAS Y SEÑORES:



Me iré en mitad de la fiesta

dejando en el borde de la mesa

la copa sin acabar.

(Prometo no llevarme nada

que no sea mío).

Me iré en medio de la fiesta

de perfil

con un poco de desilusión

y otro poco de alivio.

Lo comido por lo servido.



VOLTAIRE

“Buscamos la felicidad como

los borrachos buscan su casa”.



Hijo de un modesto notario de París.

Se educó con los jesuitas, estudió leyes

gozó del amor de muchas mujeres

conoció la prisión y el destierro

las tentaciones del teatro, la fama y la gloria.

Hacia el final lo apodaron le roi Voltaire.

Nunca lo abandonó la felicidad de escribir

con palabras sencillas, cada una en su lugar.

Se burló de la mitología cristiana y de sus santos

y erigió en Ferney una capilla al Creador

grabando en el frente: Regalo de Voltaire a Dios.

Creía que la esperanza es una mala inversión

despreciaba a los banqueros suizos

y no consideraba virtud a la virginidad.

De Rousseau decía que era sensiblero e hipócrita

y de las mujeres que son como las veletas:

que no se quedan quietas hasta que se oxidan.

Fue el primero que habló de tolerancia religiosa.

Sin proponérselo, preparó la Revolución Francesa.

Quizás también permanezca en la Historia

por haber puesto de moda la palabra optimismo

para describir a la gente mal informada.

Era un provocador: Yo —decía— como Don Quijote,

me invento aventuras para mantenerme en forma.



DANIEL MOYANO

Nos caíamos bien. Hasta nos admirábamos

(más yo que él). Pero nunca fuimos íntimos.

Acaso por los diez años de diferencia

(aunque todos mis amigos han sido mayores).

Compartimos, hombro con hombro,

la primera época de un diario de provincia

que se había empeñado en ser independiente

sin dejar de estar bien escrito. ¡Y lo consiguió!

(Había que ver a Daniel con su grabador de alambre

persiguiendo por todo el dial los informativos

de las radios. Y sin dejar de tomar mate).

También compartimos un viaje a Europa

en el que los dos fuimos felices. (Jugaba a hacerse

el indio agradecido. Y los españoles se lo creían…)

Me parece que a Daniel la suerte (que es grela)

siempre se la tuvo jurada. Y de tiempo en tiempo

se divertía descargándole un hachazo en la frente.

Huérfano, náufrago, soñador compulsivo

acabó encontrando en la música y los libros

todo lo que la vida le había negado. Pero pagando

siempre un precio de usura. Para colmo

se parecía físicamente al hombre que arruinó su vida.

Pero se las arregló para dejar buena obra y buen recuerdo.

No está nada mal para un indiecito agradecido.



EL BUEN AMOR



Pío Baroja decía que este libro innominado

(el título lo inventó Menéndez Pidal)

era uno de los dos escritos por españoles

que valía la pena leer (el otro era El Quijote).

No sabemos casi nada de su autor, Juan Ruiz,

salvo que nació en Alcalá de Henares

que pasó trece años recluido en una prisión

y que dejó de ser arcipreste a los 67 años.

De modo que su vida, ahora, es ese libro suyo

en el que confluyeron la poesía provenzal

la clerical y el zéjel de los árabes andaluces.

Narra la supuesta historia de sus amoríos

(una monja, una mora, una mujer que rezaba,

una panadera, una noble, varias campesinas).

Sobresale la alcahueta Urraca, alias Trotaconventos

que andando el tiempo se llamará Celestina.

En el libro hay lujuria (que está adoquier que tú seas)

pero Juan Ruiz recomienda el amor honesto

que los cuerpos alegre e a las almas preste.

Satirizó lo que hoy llamamos Edad Media

con un lenguaje a veces delicado y a veces procaz.

Los arciprestes eran los suplentes de los obispos.

Hita está en la Alcarria, tierra famosa por su miel.