Jonathan Swift; o más bien
Gulliver. El gato de Chesire; o más bien su sonrisa en la noche, sin gato
alrededor.
Estos dos ejemplos de
experimentos narrativos tienen algo en común entre sí y con algunos tópicos de
Aira: la desmesura como estrategia a través de la que se pervierten los parámetros
elementales de ordenamiento y de percepción de la realidad (ya sabemos: las
cosas o los seres se achican o se agigantan, la parte se autonomiza, la parte
incluye al todo, etc). Sin embargo, -y este es otro alelo del gen compartido- antes
de la sorpresa, en en caso de los clásicos parientes, la ficción narrativa se encaminó del
terreno de la supuesta “realidad” a otro, cuya lógica difiere de la de aquella
y la pone en cuestión.
Aira, por lo general, elude este
tránsito, y la desmesura ocurre –diríamos- en el dominio de esta "realidad". Con ello, sube
la apuesta: mientras que Swift y Carroll se mantienen dentro de los límites de
lo “insólito” que admite el doble registro de lo “traducible” a otros términos (como toda buena alegoría) Aira escribe para un lector que ya asumió que la
literatura es literatura y no tiene por qué imitar la realidad. La literatura
de Aira imita la literatura.
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