Entre las
páginas 232 y 263 de la biografía de Conrad compuesta por John Stape (The Several Lives of Joseph Conrad, 2007),
11 veces se nos indica que el escritor ha padecido ataques de gota; la rodilla
de Jessie, la esposa, empieza a doler, lo cual será todo un tópico insufriblemente presente a
partir de este momento. Estamos en el periodo 1915 a 1919. Ya hemos leído entre
las páginas 168 y 200 que ocupan el periodo de 1905 a 1909, época en que el
escritor publica Lord Jim, Tifón y Nostromo, que fueron 20 los ataques de gota.
Desde mucho antes, según se nos informa, Conrad afrontó una y otra vez
problemas financieros: conoceremos detalladamente cuándo le escribió a su tío
Tadeuz, a Unwin, su editor y a otros amigos solicitándoles préstamos, a pesar
de que el “negocio” de escribir es cada vez más rentable (hay prolija
información sobre los pagos recibidos por sus entregas, con la correspondiente
actualización a la fecha de escritura de la biografía). A la suma de este tipo de
desdichas hay que agregar la ocasionada por el trauma de Borys su hijo, con sus
crisis neurasténicas después de la guerra (la primera). En el medio, la rápida
crónica de los viajes realizados, qué tren o barco tomó, dónde se hospedó,
cuánto gastó de más, en qué casas vivió, quienes lo visitaron y la renta que
pagaba, mientras indefectiblemente lo pasaba mal. En la trama de estos hilos se
coloca la información de lo que Conrad iba escribiendo. Selecciono al azar un párrafo que ilustra la
escritura de Stape:
«El “final” [de Lord Jim] fue celebrado con una vacaciones de trabajo de tres
semanas con los Hueffer en Bélgica.El grupo se alojó inicialmente en la rue
Anglaise, en el centro de Brujas, pero encontraron calurosa la vieja ciudad y
pronto la cambiaron por el Grand Hôtel de la Plate, en la cercana costa de Knocke-sur-Mer,
después de que Podarowska les comentara las maravillas del lugar. Los dos
colaboradores escribieron un poco. El grupo incluía dos niñas pequeñas –
Christina de tres años y Catherine de seis meses- y a Borys de dos años y medios,
que cayó gravemente enfermo de disentería. Necesitaba cuidados constantes, y el
pánico se extendió por todo el hotel. Jessie Conrad recordaba las vacaciones
como “una pesadilla”, una experiencia “terrible”, adjetivos reforzados sin duda
por el tiempo pasado en compañía de Hueffer. De vuelta en The Pent, Jessie curó
a Borys con una dieta a base de “carne cruda, tostadas secas y claras de huevo
en agua”, mientras Conrad se centraba en el libro de relatos para Blackwood,
aún por completar. Los problemas no le daban tregua y el cansancio y la
ansiedad hicieron que Jessie terminara con neuralgia, mientras que Conrad cayó
víctima de “un resfriado, tos, hemorroides y una descomposición intestinal”.» (p.142).
¿Qué se rescata de las vacaciones? Lo mal que lo pasó el grupo por
varios motivos. ¿A partir de qué fuentes? Tres para este párrafo: las memorias de Jessie, una carta suya
y otra de Conrad. Evidentemente Stape ha buscado y chequeado mucha información. Ahora bien, lo que llama la atención es el énfasis
puesto en los problemas de salud (¿Qué relieve tiene el dato de cómo Jessie curó
a su hijo?) y la impresión general de incomodidad y disgusto. La colaboración
con Hueffer (Ford Madox Ford) se restringe a la frase “los dos colaboradores
escribieron un poco” (¡"un poco! ¿Qué poco? ¿De qué fuente a la que uno pueda consultar extrae el dato? Ah, esta parte no tiene nota al pie).
Me pregunto cuándo o con qué fin vamos hacia la biografía del
autor. Imagino varias posibilidades: buscamos datos que relacionen vida y obra;
su mundo de lecturas y la obra; el ambiente intelectual, las tensiones
políticas en las que se ve inmerso, sus dramas familiares, personales, etc.
Todo ello suponiendo algún vínculo con la obra. En
cualquier caso, la producción creativa que se ha leído constituye el origen de
esa curiosidad. Y más todavía: el gusto que nos ha ocasionado o, si se quiere,
cuánto nos ha interpelado de una manera u otra. Vamos en busca de una
complejidad mayor. A mi modo de ver la biografía de Stape aplana cualquier
complejidad. Sus valoraciones estrictamente literarias están atadas a un patrón
interpretativo que, aunque no se expone directamente, remacha continuamente en
la necesidad del autor de ser reconocido y de conseguir dinero (ambos fines serían solidarios entre sí), de modo tal
que, desde esta óptica muchos de sus textos nacerían altamente condicionados
por dichos propósitos, con el resultado de cierta mengua de originalidad y de
profundidad en las últimas obras narrativas;
de cierta insustancialidad en materia ensayística, y en el caso de la
dramaturgia constituirían un fracaso previsible dado el desinterés real que lo
lleva a no dominar el estado del arte. Asimismo, la fragilidad de su salud
física y mental encontraría explicación sobre todo en esta situación de
permanente ahogo y estrés.
Es cierto que el propósito del biógrafo, expresado en el prólogo,
es el de desactivar el mito Conrad, calibrar lo que considera exageraciones y desmentir
falsedades presentes en otras biografías sobre el autor. Ahora bien, la
pesquisa que lleva minuciosamente a cabo no deja de construir -también ella- una
imagen del escritor (ya hemos visto cuál). Decidido a evitar lo que llama
“puntos de vista” subjetivos, propios de quienes se relacionaron con Conrad, se
atiene a datos que en más de una ocasión resultan completamente triviales. Así,
Stape no lee, por ejemplo, en las cartas que cita, la ironía,
el humor de Conrad. En el párrafo que citamos antes, se advierte en la
enumeración de males que ha sufrido a la vuelta de Knocke-sur-Mer (“un
resfriado, tos, hemorroides y una descomposición intestinal”) una
exageración jocosa. Ese rasgo de su escritura (y acaso carácter) está muy presente en sus cartas.
La primera que le manda A Edward Garnett (4 de enero de 1995), el lector-editor
de Unwin que será amigo de Conrad a lo largo de toda su vida, dice refiriéndose
a la calle en la que vive: “¿Le importaría viajar hasta Gillingham 17
(Victoria)? La región está calma ahora por estos lados y sus habitantes han
abandonado, creo hace ya un tiempo, la práctica del canibalismo. Diga día y
hora.” En otra, haciendo referencia a la imposibilidad de escribir (también a
Garnett, el 29 de marzo de 1988), ofuscado por una crítica adversa en el Times,
tomando a broma la situación de padre primerizo y sin poder concentrarse para continuar
con la escritura de Salvamento, dice:
“Me pregunto a veces si no estaré
embrujado o si no habré sido víctima de un mal de ojo. Pero no existe la
“jettatura” en Inglaterra. Le aseguro que hablo sensatamente y le doy mi
palabra de honor que a veces toda mi resolución y poder de autocontrol están
puestos en abstenerme de romper mi cabeza contra la pared. Quiero aullar y
echar espuma por la boca, pero temo despertar al bebé y alarmar a mi mujer…”
Conrad dibuja una escena en la que se ríe un poco de sí mismo de
las horas que pasa sin poder escribir. Un cierto pudor envuelve la confidencia
bajo la apariencia que propone la expresión hiperbólica, con el anti-climax
final en este fragmento. Es extraño que el biógrafo no repare en ello y que de
esta carta extraiga el dato de que no se podía levantar “por un brutal acceso
de nervios”, lo cual también está dicho, solo que la expresión, fuera del
contexto más amplio, sugiere un dramatismo que la misma carta se encarga de
atenuar e incluso desviar. Nada se dice tampoco de otros matices muy presentes
en sus cartas que es el afecto que manifiesta con sus co-responsales, la
cordialidad, las reiteradas invitaciones para encontrarse a conversar, y, sobre
todo, el tipo de dificultad que en materia de escritura encuentra Conrad, las
referencias a lecturas y opiniones sobre distintos autores y/o situaciones de
la vida literaria, todo lo cual es lo que resulta de máximo interés para
aproximarnos a la fábrica creativa del novelista.
La biografía no hace honor a su título. Ofrece un aspecto muy
limitado de un aspecto de la vida del escritor. Debiera haberse llamado: Sobre la incapacidad de Conrad de
administrar su dinerito y los problemas nerviosos derivados. Un buen subtítulo
podría ser: Ocasión para una investigación
académica au delà de toda simpatía. No se dudará de la “verdad” de los
datos que Stape recaba, pero una observación de Cortázar al respecto de Poe
podría hacérsele al pulido biógrafo: locos hay muchos, pero ninguno escribió lo
que Poe.
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