En estos días se ha presentado en España una compilación de la
totalidad de la obra poética de Mario Paoletti (Prólogo y notas de Pilar Bravo), con el título Amar es la cuarta parte del problema. Reúne
su producción desde 1973 a la fecha. Ya en otra ocasión he expuesto que no deja
de asombrar el descuido que minuciosamente tributamos a muchos de nuestros
escritores cuya historia de vida y obra está tan unida a las penurias de la
historia nacional reciente (véase el post del 12/07/17). Sin dudas esta publicación
tiene el mérito de devolvernos el perfil de un hombre que la padeció y pudo
vivir para contarlo.
El libro que está dividido en dos partes: “De flores propias” donde se
compilan Inventarios, Retratos y Autorretratos, Viceversa, Hetero/doxos, 52 retratos de amigos íntimos, Poemas
surtidos, Penúltimos versos, Diario del año del cangrejo) y “De flores ajenas” que reúne
lo que el autor denomina “transcripciones” en verso de ciertas prosas, a saber
de Proust (Cuaderno Proust), Arlt (Arltianas), Ortega y Gasset (Poemas con Ortega) y Ramón Gómez de la
Serna (De flores ajenas).
Si bien hay algo de registro implícito de la propia vida en la obra de
casi todos los poetas, en esta es notable la voluntad de convocar a cierta -breve-
permanencia (la de las palabras en el papel) retazos, girones de lo que valió
la pena de vivir. Nunca tan bien puesto el nombre de “Inventario” a uno de sus
libros, el primero, pues, en efecto, el que lo hace persigue un balance y
entonces pone ecuánimemente los más y los menos, el debe y el haber, cada
artículo en su caja, y hace una muesca en la hoja. Cuenta, clasifica y pondera.
De allí, cierta distancia asumida frente a las cosas. La forma en que la asume
no está exenta, a veces, de la sonrisa levemente irónica o apenas nostálgica y,
a veces, de cierta reflexión, que se traduce en juicios netos, en ocasiones con
humor, remates del poema que buscan cruzarse a la vereda del frente de
cualquier sombra de patetismo. La actividad de constatar el propio mundo puede
expresarse poéticamente de muchas y variadísimas formas. En esta obra, se
asemeja al palpar: tiene esa inmediatez del tacto, quizás por efecto de uso de
un lenguaje llano, coloquial, que se integra al caudal lingüístico del Río de
la Plata, abonado desde la orilla occidental por Arlt, González Tuñón, Cortázar,
el tango y, por supuesto, Borges (los poemas de Hetero/doxos y de 52 retratos de amigos íntimos me hicieron acordar de las mini
biografías de Borges en la Revista Hogar.
El Poema Michaux según Borges me
lo confirma).
La
síntesis que opera Paoletti se inscribe en aquello que cobra relieve en una
vida examinada y que se puede contar con los dedos de una mano, antes que en el
lenguaje poético: sus poemas son por lo general breves, pero con versos cada
vez más dilatados, propios de una dicción oral, despojada de adornos, como si
en esto también apostara a cierta proximidad e inmediatez comunicativa: “Nunca lo abandonó la felicidad
de escribir / con palabras sencillas, cada una en su lugar” destaca de Voltaire
en una de los retratos de Hetero/doxos.
De los muchísimos poemas de esta obra, consigno apenas unos pocos. Se
verá que los últimos son casi prosa. A mí me llama la atención el final de “El buen amor”, que habla del
libro y del hombre que lo creó para terminar haciendo referencia a la tierra de
Hita, perdurable por su miel. Me parece un acierto de expresión de la
transparencia, una nada poética. La poesía de Paoletti tiene esos momentos,
donde en lo más común y expuesto, en lo más llano se hace presente cierta
humilde y tenue maravilla.
Cuero, plomo, algodón, acero
petróleo, cobre, hierro, lana
madera, estaño, plásticos.
Se necesitó exprimir a los tres reinos
para vestir y armar a este gendarme
que custodia mi celda.
El terror es caro.
(Cárcel de La Rioja, 1976).
Miro a mi hijo y me pregunto
cómo construiré el puente
que lo ponga al otro lado de la hipocresía.
Mi hijo me mira y quizás se pregunte
cómo habrá de construir su puente
sobre el abismo de mi hipocresía.
Por fortuna
los
dos trabajamos en silencio.
AVISO
La mediocridad come de nuestro pan
y visita diariamente nuestra casa.
Todo Alonso Quijano soñador
siempre tendrá a su lado un cura y un barbero
que le quemarán los libros
para
salvarlo.
CUANDO TITO, MI HERMANO…
Cuando Tito arengaba la zarza ardía.
Cuando Tito reía
el mundo entero era un cascabel.
Cuando Tito escrutaba
se nos ponían ojos de Justicia
(y era imposible no ser perfecto
e inmortal).
Cuando Tito se fue
se lo llevó todo
incluidas sus magias
que
ahora ya no sirven para nada.
VEO
VEO
Creo que ya he visto
todo lo que un hombre puede ver.
Vi tres arcoiris juntos en el cielo.
Vi a un padre llorando sobre el plato de sopa.
Vi Venecia.
Vi a un hombre inclinado sobre otro hombre
con un rayo en la mano, haciéndole daño.
Vi a Rulfo, que se apoyó en mi brazo.
Vi a una mujer hermosa
con los brazos en alto recogiéndose el pelo.
Vi la
crueldad por aburrimiento
y el heroísmo por orgullo.
Vi a la Muerte pasar a mi lado sin reconocerme
y vi a mi hermano incendiando corazones.
Una noche vi lo que no debiera haber visto.
Vi a la Tierra girando en el espacio y oí su ruido.
Vi el Paraíso, pero me expulsaron.
Vi a una madre jugando con harina.
Vi caer a un gato desde lo alto y matarse.
Vi a un hombre altísimo con manos de relojero
y vi a las silenciosas mujeres de Vermeer.
También vi a Dios, una tarde, en una celda,
pero se fue, y no hubo nada.
SEÑORAS Y SEÑORES:
Me iré en mitad de la fiesta
dejando en el borde de la mesa
la copa sin acabar.
(Prometo no llevarme nada
que no sea mío).
Me iré en medio de la fiesta
de perfil
con un poco de desilusión
y otro poco de alivio.
Lo
comido por lo servido.
VOLTAIRE
“Buscamos
la felicidad como
los
borrachos buscan su casa”.
Hijo de un modesto notario de París.
Se educó con los jesuitas, estudió leyes
gozó del amor de muchas mujeres
conoció la prisión y el destierro
las tentaciones del teatro, la fama y la gloria.
Hacia el final lo apodaron le
roi Voltaire.
Nunca lo abandonó la felicidad de escribir
con palabras sencillas, cada una en su lugar.
Se burló de la mitología cristiana y de sus santos
y erigió en Ferney una capilla al Creador
grabando en el frente: Regalo
de Voltaire a Dios.
Creía que la esperanza es una mala inversión
despreciaba a los banqueros suizos
y no consideraba virtud a la virginidad.
De Rousseau decía que era sensiblero e hipócrita
y de las mujeres que son como las veletas:
que no se quedan quietas hasta que se oxidan.
Fue el primero que habló de tolerancia religiosa.
Sin proponérselo, preparó la Revolución Francesa.
Quizás también permanezca en la Historia
por haber puesto de moda la palabra optimismo
para describir a la gente mal informada.
Era un provocador: Yo
—decía— como Don Quijote,
me invento aventuras para mantenerme
en forma.
DANIEL
MOYANO
Nos caíamos bien. Hasta nos admirábamos
(más yo que él). Pero nunca fuimos íntimos.
Acaso por los diez años de diferencia
(aunque todos mis amigos han sido mayores).
Compartimos, hombro con hombro,
la primera época de un diario de provincia
que se había empeñado en ser independiente
sin dejar de estar bien escrito. ¡Y lo consiguió!
(Había que ver a Daniel con su grabador de alambre
persiguiendo por todo el dial los informativos
de las radios. Y sin dejar de tomar mate).
También compartimos un viaje a Europa
en el que los dos fuimos felices. (Jugaba a hacerse
el indio agradecido. Y los españoles se lo creían…)
Me parece que a Daniel la suerte (que es grela)
siempre se la tuvo jurada. Y de tiempo en tiempo
se divertía descargándole un hachazo en la frente.
Huérfano, náufrago, soñador compulsivo
acabó encontrando en la música y los libros
todo lo que la vida le había negado. Pero pagando
siempre un precio de usura. Para colmo
se parecía físicamente al hombre que arruinó su vida.
Pero se las arregló para dejar buena obra y buen
recuerdo.
No está nada mal para un indiecito agradecido.
EL BUEN AMOR
Pío Baroja decía que este libro innominado
(el título lo inventó Menéndez Pidal)
era uno de los dos escritos por españoles
que valía la pena leer (el otro era El Quijote).
No sabemos casi nada de su autor, Juan Ruiz,
salvo que nació en Alcalá de Henares
que pasó trece años recluido en una prisión
y que dejó de ser arcipreste a los 67 años.
De modo que su vida, ahora, es ese libro suyo
en el que confluyeron la poesía provenzal
la clerical y el zéjel de los árabes andaluces.
Narra la supuesta historia de sus amoríos
(una monja, una mora, una mujer que rezaba,
una panadera, una noble, varias campesinas).
Sobresale la alcahueta Urraca, alias Trotaconventos
que andando el tiempo se llamará Celestina.
En el libro hay lujuria (que está adoquier que tú seas)
pero Juan Ruiz recomienda el amor honesto
que los cuerpos alegre e a las almas preste.
Satirizó lo que hoy llamamos Edad Media
con un lenguaje a veces delicado y a veces procaz.
Los arciprestes eran los suplentes de los obispos.
Hita
está en la Alcarria, tierra famosa por su miel.
Gracias por publicar estos poemas. Un saludo
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