Inesperadamente, por una serie de eventos no calculados -como sucede con tantas cosas en la vida-, y
porque existe internet, encontré algunos jirones de la escritura de Mario
Paoletti, fragmentos que aparecían entremezclados con partes de su historia,
que es también parte de la historia del país: la épica de triste final de la reconstrucción
del diario El Independiente en La
Rioja, en aquellos años en que muchos decidieron suspender la incredulidad; el
trabajo al lado de su hermano Alipio Paoletti en el periodismo y en el campo de
la cultura pensados como “acción”, “compromiso” , “praxis revolucionaria”, (Si
pongo entre comillas estas palabras es para que el lector preste atención y no para
relativizar su significado sugiriendo un candor estéril por parte de quienes
las hicieron suyas); noticias de su amistad con Moyano, Ricardo Mercado Luna y el grupo Calibar; algunas
reseñas de novelas publicadas en España a partir del exilio forzado; en youtube, una parte de “Orejitas
perfumadas”, milongas de su autoría inspiradas en Arlt y musicalizada por el
Tata Cedrón.
Poco tiempo después de estos fragmentarios resultados de mi exploración,
viajé a La Rioja invitada por la Biblioteca Popular Mariano Moreno, y Diego
Ocampo Vega, su director, me regaló la Antología
personal de Mario Paoletti, en la colección “La ciudad de los naranjos” que
la misma Biblioteca edita. El volumen es del 2010.
Como toda antología supervisada por el propio autor, ofrece una imagen de
lo que este estima son los mejores frutos de su cosecha. Hay prosa narrativa,
poesía y ensayo. En el desempeño de estos géneros lo que resalta es la llaneza
del lenguaje que, siendo parte de la generación a la que perteneció -bajo el
doble magisterio de Borges y de Arlt, en la fraternidad de escritores como Cortázar,
Conti y Walsh-, decanta en lo mejor del testimonio: un ver a través de las
vicisitudes personales algo más. No he leído otro autor argentino que haga
vívido, como Paoletti en la narrativa, su experiencia de la funesta Dictadura.
Medido y agudo, a partir de detalles del cautiverio en Sierra Chica (por
ejemplo, cómo lee un preso la carta de un familiar) nos asomamos a ese agujero
negro que todavía nos sigue asustando e interpelando. Lo hace sin dramatizar.
He aquí la virtud de su escritura: no hace falta agregar ningún contraste de
violento claro-oscuro. Dejar que los pequeños hechos se manifiesten le basta
para exponer el gris cemento de la época. La semblanza de Haroldo Conti, sustancia de
una conferencia en la Universidad de Murcia en el 2005, muestra ese tipo de
escritura que saca fuerza de su propia debilidad: a casi 30 años de su
desaparición física, a través de un exiguo puñado de recuerdos de encuentros esporádicos
en La Rioja y en Buenos Aires, Paoletti delinea el perfil intelectual y moral
de su amigo. Pero quizás la nota que hace único su texto, entre tantos que lo
recuerdan y que nos hablan de él, sea el párrafo final: “En la Puerta del Sol,
en Madrid, hay un vendedor de baratijas que tiene su misma voz rayada, grave,
casi ronca. La primera vez que lo oí, por casualidad, el dolor de su ausencia
fue atroz. Ahora, en cambio, cuando debo pasar por allí cerca, me coloco de
espaldas al sosías y gozo recuperando el recuerdo sonoro de sus palabras…”.
Nuevamente el detalle, la nota al sesgo que con esa sabiduría del instinto
afectivo logra hacer vivo lo que ya no está.
Pienso que, indefectiblemente, por
más que la escritura construya una identidad que acaso no coincide exactamente con
lo que somos (pero, ¿qué somos, al fin de cuentas?), siempre termina
delatándonos. Lo que delata la escritura de Paoletti es el desprecio por la impostura: no lo dice,
no lo sugiere (no clama en el desierto), sino que rueda en una especie de equilibrio
para el cual se sirve, entre otras cosas, de un lenguaje muy cercano al habla,
sin escorzos líricos ni intelectuales. Veraz y seguro.
He leído este libro sin dejar de asombrarme de mi propia ignorancia: qué
poco conozco a quienes han escrito en provincias, que como la mía, están “en el
interior”. Quizás pueda excusarme parcialmente la escasa atención dispensada
por los grandes canales de circulación que revierten todos en el puerto, o la
insignificante comunicación e intercambio entre las provincias. Sospecho además
otra razón más triste: su escasa divulgación entre nosotros, sus coterráneos,
es parte del efecto disolvente del veneno que instiló “el Proceso”, sobre todo
en el plano de la creación y el pensamiento. La historia de la literatura está
plagada de omisiones injustas. En el caso de Paoletti, se suma (como en el de
Di Benedetto), el hecho de haberse radicado en su juventud en una periferia
remota. También como a él se lo privó del lugar profesional construido con
trabajo y pasión a lo largo del tiempo. En efecto, después de haber puesto junto
con su hermano nuevamente en funcionamiento “El Independiente” en La
Rioja y, años más tarde, convertirlo en una cooperativa, el gobierno de facto
los obligó a ambos, durante su cautiverio, a renunciar a sus respectivas partes.
Di Benedetto murió de tristeza. Paoletti se volvió a España y armó otra vida.
Este librito exhibe también ese intento de unir las dos mitades. Es, en tal
sentido, un registro de la generación que debió exiliarse y que desde el
extranjero sigue pensando en argentino. Por eso el apego a un tono coloquial,
rioplatense, sin exageraciones, que lo hace tan próximo a nosotros.
Gracias por la reseña Elisa, feliz que hayas disfrutado de su lectura. abrazo Diego Ocampo
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