(Laura García del Castaño, Buena Vista Editora, 2021)
En el último poemario de Laura
García del Castaño hay varias historias que nos llegan como esos restos de
resaca que deja el mar de fondo de la época; retazos o jirones de discursos de
sujetos, cuyos nombres los identifican con una experiencia de dolor, tan agudo
y masivo como empozado e intransferible.
Investidos de esas voces, los
poemas remiten directa o indirectamente al entorno histórico, tumultuoso,
caótico, a veces completamente miserable. El desorden encuentra aquí un cauce complejo de expresión, que da cuenta de los múltiples planos en que se resuelven
o más bien se disuelven las pobres vidas, concientes o no de su marginalidad.
El caso: suceso o acontecimiento.
Laura lo indaga y en su “estudio” hace lo que debe, relaciona lo particular y
lo general. Hay un orden en este poemario, un diseño que expone las amargas conclusiones
en el tejido fluido que compone entre los varios planos de la realidad.
Las voces son potentes. Hablan
desde un sentimiento de profunda y gratuita humillación. Todos de alguna
manera inocentes, incluso los culpables de la mediocridad medioambiente. Pero
la condena es implacable. El contrapunto entre unos y otros (los que son
conscientes de la injusta humillación y que desnudan la ignorante violencia de
los otros) arma la figura en este tapiz móvil y ubicuo.
“…Abreviar luz y consuelo / Abreviar la mirada…”
El poemario se abre con “Chat”,
donde Laura hace converger indirectamente, a través de fragmentos de
conversación por whatsapp con sus
correspondientes emoticones, situaciones que luego desplegará: en la síntesis
del primer poema está contenido lo que, desde otro/s foco/s, constituye la
materia de los siguientes. Laura procede por acumulación y progresión: los
mensajes que se van sucediendo le permiten al lector reconstruir la situación
planteada, la pequeña historia con sus personajes, desde la búsqueda de la sala
de internación hospitalaria para una tía, que irá empeorando hasta morir. Si hay algo dramático en esta escena, queda en
sordina, recubierto y empastado por la jalea banal de esos parientes, cuyo espesor
adocenado y adoctrinado cabe
perfectamente en el molde del código wapp:
“- Habitación
503/pulgar arriba
-Estamos todos con
la tía/llorando de risa
-Sólo se permiten
dos personas/sorprendido sudor
-Poné video del
hombre que mató al cocodrilo/lengua afuera, ojos apretados
-Viene su hermano/
guiño, feliz, corazón verde
-Estamos viendo el
de la mujer de Tinder/cara sudor
- Tía Justa pidió
ver el loro/corazón palpitante, ojos arriba
-Vine con Gretel en
la moto/dos caritas con dientes apretados
-Ya arreglé con
Mario el remisero a ver si puede traer a Pepo/cara al revés
-Aplausos/aplausos/tres
caritas beso corazón…”
Los dos últimos poemas, retoman
ese cariz crítico de las mediaciones virtuales que constituyen nuestra vida
diaria, poniendo de manifiesto otra vez cómo el hábito de una comunicación de
superficie que parece haberse entronizado gira en redondo, sin salida, inútil:
Meter los pies en la virtualidad
Postear el feto, la
plantita
y el
electrocardiograma
Viralizar
condolencias
Megustear el
brindis,
el sueño del
viernes
la calumnia del
extraño.
Compartir
el equipaje de la excursión
el traje del egreso
la captura de
pantalla del elogio y del agravio (…)
Crear un avatar que
gesticula un ánimo supuesto,
siempre encantador,
malhumorado
encantador,
furioso encantador,
roto encantador,
siquiátrico
encantador (…)
Tener a mano
meditación para la
astilla,
Playlist para la
rutas del desierto,
collage favorito
para la venida del fantasma,
animación
para la euforia o
el espanto
Abreviar luz y
consuelo
Abreviar mirada…”
En ese marco otras historias, en los que se sumerge Laura, con un registro bien diverso.
La BBC informó el 13 de febrero
de 2015 que, en Uganda, Mubarak Batambuze se vengó de un cocodrilo de 4 metros
y 600 kilos que había devorado a su esposa embarazada. Lo hizo con una lanza.
Días antes, el 30 de enero, se sube a la red un video de 30 segundos con esta
información. “Mujer moribunda se despide de su loro después de 25 años de vivir
juntos”, video viral del 2018. “Decepcionado de sus hijos Om Narayan Verma
repartió su herencia entre su mujer y su
perro”, la India, 2021. Y así: una chica que es asesinada luego de una cita por
Tinder, otra vendida por su padre, otra más que escapa de la servidumbre sexual
de su captor, un desplazado en Serbia, un harraga, lo que piensa un fotógrafo
de National Geographic… fragmentos de
la web, noticias sensacionales y efímeras se recalibran en los poemas (ya
fueron aludidas en “Chat”) desde una dimensión interior. Laura las reconstruye,
sea través del monólogo dramático o de la presentación en tercera persona o de
la apelación/diálogo (he contado solo dos poemas de 31 en donde se expresa en estricta
primera persona); se pone en su lugar como comprendiendo lo no dicho: una
dimensión del dolor, del rencor, de la impotencia, de la soledad a la que ella
le presta las palabras. Su mediación poética contrarresta la otra mediación, la
de la virtualidad y sus superficiales, despotenciadores golpes de efectos como única factura de lo
real. El poema quiere ser la contracara y
por eso no pasa rápido, como en cambio pasa la noticia, sino que
insiste, va mordiendo de a poco, cada vez más hacia el carozo irreductible.
La calidad del lenguaje se define
por esa capacidad de penetrar en la
materia más opaca y pétrea. Lo hace ambientando, narrando un poco (también
estos poemas discurren desde una situación inicial a un desenlace). Hay acción
y reflexión, empezando por el hecho de que la perspectiva se refleja en otros e
intenta ahondar en sus sentimientos, y también en que la sola presentación de esa experiencia viva ya constituye una especie de evaluación, de valoración de la
textura social en que están insertos:
Veinte años estuvimos con Enrique
No
me dejaron verlo incluso cuando me llamaba
Soy un barco al fondo del mar, Daniel –me
decías
Un huraño, un parco de palabras,
pero a vos te gusta ver el horizonte desde
ventanas hundidas,
te gusta sangrar de amor como a los putos
El
mundo no abraza, Enrique, nos pasa finito
y
si puede nos aplasta como un abrojo a la orilla del camino,
nos
promete chocolates
y
luego nos empuja dentro del horno como a los del cuento
Este es el destino que elegiste hijo,
Vivirás hablándole bajito – profetizó mi
madre…”
A veces así, con las palabras
llanas, pero en una selección exacta. En otras ocasiones no menos exactas ni
llanas, pero llenas de ironía, como en “Golpeé las manos en la casa de los
seres de luz” y en el siguiente, “No hay
lugar”, cuyo final cito:
“…Ahora que quemas
rudas, hierves ajos
Devoras yema
milagrosa,
te untas crema de
unicornios,
que eres el CEO de
tu mente en blanco
Ahora que al fin
nos ves:
lívidos
equilibristas sobre un tender roído
mientras vos lamés
la cima de un cosmos orgánico
me advertís:
Que no vengan a tu
casa
a golpear tu
puerta
No hay nadie
Ahora vivís en la
quinta dimensión
Allí tienes
mezquita plegable, altar de pallet,
velitas led, el
fanal con agua azul de la fuente,
gotita estéril
para el tercer ojo
y una casita
nueva, actualizada, que no admite
descracia ajena,
sistema anterior,
acciones de voz o
corazón incompatible.”
En los diferentes registros y en
su precisa combinación, en la imagen ominosa, en las metáforas orgánicas, en la
coloración de la materia muerta o herida o purulenta, pero con la medida de una
voz que arde y no descansa en su acumular escombros con latido, devuelve vida a
lo muerto, dignidad a la mancilla, exhibe la crueldad de la crueldad, la
estupidez de la estupidez y la culpa o la responsabilidad de no zafar del todo.
Excelente nota! Ya quiero el libro MUBARAK! ES el último de Laura García, no? Es una gran poeta!
ResponderEliminarHola Hernán, sí, es su último libro.
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