“Mirá” -me
dijiste en el sueño-
y por supuesto no
recuerdo
qué apuntabas en
el paisaje.
Firme aún el lazo
entre aquí
y allá, te
agradecí despertando:
“Siempre atento
conmigo, muerto.
No sé bien quién
sos ni por qué,
como abeja
desorientada,
zumbás en este
encierro mío.
¿Será -ahora que
lo pienso
y la mañana es
una ola
mansa de luz que
se aproxima-
que quisiera
dejarte ir:
vos a libar tus
raras flores
y yo las mías de
este mundo?”
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