viernes, 10 de febrero de 2017

Releyendo Borges (el de Bioy y el de Mastronardi)



"Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo..."

Mastronardi relata en Borges, (2007, Buenos Aires, Academia Argentina de Letras) que este:

 “…para medir el nivel de su interlocutor y situar la conversación en un ámbito adecuado a las circunstacias, suele practicar pequeñas experiencias indagatorias. En esos momentos, procede como quien lanza una sonda a la ignorada profundidad del mar. De manera discreta, deja dos o tres preguntas que son otros tantos test. Pero esas preguntas suponen o arrastran consigo juicios voluntariamente erróneos: propone una equivocación y se mantiene a la expectativa para saber si quien dialoga con él es capaz de advertirla. Inicia estas mínimas exploraciones con gran naturalidad, aparentemente llevado por los vaivenes y azares de la desprevenida charla. Raras veces su interlocutor percibe que lo someten a una prueba y en no pocas ocasiones queda perplejo o, simplemente, cae en la emboscada de que no pudo salvarlo su precaria versación. Su propia ignorancia, no Borges, lo coloca en este trance. Por lo demás, nunca es objeto de reconvención ni de censura, ya que no se trata de confundirlo sino de conocerlo. La conversación corre pues como si nada ocurriera. Se habla de grandes navegantes, tanto históricos como legendarios, y alguien menciona a Palinuro.
                   Ah, sí… -dice Borges- el piloto de Ulises.
Y calla en espera de la respuesta.
Pasa con algunos amigos por una calle próxima al ruinoso Mercado de Abasto, y al ver una larga fila de carros, -los camiones no abundan todavía- comenta festivamente.
                   ¡Cuánto Atila!
Y queda expectante para apreciar la mayo o menor receptividad del otro. Nos hallamos ante un juego que asume las más diversas formas. Cierta vez transmite esta noticia a un aficionado a las letras clásicas:
Parece que en un monasterio alemás descubrieron la preciosa y buscada Antología de sonetos latinos.
El destinatario de esta información habría contestado:
                   ¡Qué interesante! ¡Ojalá se traduzca al castellano!
Cierta noche se habla de muelles, puentes y acueductos antiguos. La conversación abunda en lugares famosos: Megara, Samos, Mileto, Agrigento. Asimismo, se menciona al remoto arquitecto Eupalinos, lo que permite a Borges afirmar que la inventiva de este hombre se debe, quizás, a la construcción del laberinto de Creta. Experto en “atribuciones erróneas”, también deja entender ante un interlocutor con prestigio de erudito, que Hecateo fue el cantor de las guerras púnicas. Cuando formula esta proposiciones adopta un tono meditativo, como si no pidiera otra cosa que claridad y certeza…”

Por su parte en la entrada del martes, 13 de diciembre de 1977 de los diarios de Bioy (Borges, 2006, ed. Destino, Buenos Aires) se registra que Borges habla de sus amigos y que dice de Mastronardi:

“una estratagema de Mastronardi consistía en pasarse unos días estudiando a fondo un tema y después, como por casualidad, empezar a preguntarle a uno: “Vos no creés que…” o: ¿Cómo fue lo de…?. Examinaba a sus amigos, había algo de mezquino en Mastronardi. María Esther [Vázquez] sabe que dejó un libro para que se publique cincuenta años después de su muerte. Ahí se acordará de todos nosotros. Creo que murió en el asilo de ancianos de la Recoleta”.

Para no caer en el lugar común de “el otro, el mismo”, podemos pensar que Borges ya ha olvidado que era él quién hacia esos juegos o bien, que Mastronardi le atribuye a Borges algo que a él le gustaba hacer. Cualquiera puede falsear o sufrir que el tiempo falsee los recuerdos.
Lo que particularmente me llama la atención es la disparidad en el afecto que trasluce uno y otro comentario. El perfil de Borges que bosqueja Mastronardi en sus notas es cordial. Lo admira serenamente y lo aprecia: lo presenta sobrio, bondadoso, caballero, lúcido; capaz de una originalidad magistral al mismo tiempo que sensible a otras personas cuya vida e intereses están muy distantes de los círculos en los que habitualmente se movía. Cuando cita textualmente alguna bufonada, ironía o juicio adverso de Borges hacia los otros, lo enmarca de modo tal que pule las aristas belicosas: “…festivamente, Borges, acotó”…
En cambio Borges habla aquí mal de Mastronardi, las dos anécdotas iniciales que refiere terminan con el juicio “había algo de mezquino en Mastronardi” y cierra con el desafectado comentario referido a su muerte.
Es raro, pienso. Uno lee lo que en 1975 dijo Borges sobre su compañero de caminatas e interlocutor literario, a quien llama “amigo” y encuentra un tono completamente diferente: “Yo siempre lo he sentido muy cerca. Quizás nunca lo sentí más cerca que durante mis años de Texas en New England. Ahí lo sentía muy cerca a Mastronardi, y siempre lo he sentido; y en este momento en que no sé si está cerca físicamente o no, sigo sintiéndolo”.
So objetará que uno puede ser amigo de alguien a quien considera mezquino. Es cierto. Pero lo que no suena no son las palabras, sino el tono. Y el tono desafectado es el que surge del diario de Bioy. Es Bioy el intérprete de la partitura, el que pulsa (si no es que termina alterando) lo que Borges pudo haber dicho. La música que suena a lo largo de todo el libro de Bioy es una música fría y desapasionada en la recolección de dichos, ironías, juicios sobre amigos, familiares, personajes del mundo de la cultura, la política y la sociedad. Todos suenan mayormente criticones e irónicamente despectivos. En la balanza, las apreciaciones positivas pesan mucho menos que las negativas. Allí es donde pone el énfasis o, en todo caso, hay un registro que se complace en dar un espacio importante a este aspecto. Nos presenta las relaciones de Borges distantes, en algunas ocasiones hasta groseras; y si bien uno puede imaginar que en cualquier vida hay esos tonos grises que se expresan justamente en la intimidad o en la cotidianeidad, lo que me llama la atención es la insistencia. Borges en la versión de Bioy es un triste egoísta.
Tenemos pues dos libros titulados Borges, cada uno escrito por un amigo muy próximo, libros que a su modo retratan al hombre que fue Borges. Fatalmente, lo que a mi juicio resulta retratado son sus respectivos autores.


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