“…debiéramos levantarnos temprano
para leer a esta poeta”, dice María Teresa Andruetto en el breve texto de la
contratapa que le dedica al libro de Azucena Salpeter, Gringa formoseña (Ediciones en Danza, 2021). Y es así, porque no
hay poema que no redima algo de su experiencia particular, que en cierto modo convierte
en una experiencia que podría ser de cualquiera. Por eso son poemas que
contagian una especie de salud. Azucena es médica, entre otras cosas.
La celebración es una de las
notas más manifiestas. Hablo pues de un tono, no de un tema o un propósito, que
se caracteriza por la llaneza y la apertura de la autora al mundo “por el prado
feliz de los que van a pie”; una aceptación convincente.
Si de la poesía esperamos una
visión en algún grado nueva, la de Azucena se nos ofrece sin retoques, pero no ingenua;
áspera, pero sonriente; amalgamado el pensamiento y el corazón -por así decir-
de una vida activa que afronta y puede salvar –literalmente hacer vivir- lo opaco y lo olvidable:
La pico de loro
Cuando el Ford V8 cayó en la vizcachera
la costura del tanque de nafta se abrió en
dos
cayó el río
lo remendamos con chiclets adams
hasta suncho corral en santiago del estero
un pueblo
debajo de otros pueblos como todos los
pueblos
que deambulan por arriba del abajo
de los cielos
el límite son granos de arroz
en el centro del sutidor esso sin manguera
alrededor las cluecas
alcanzame la pico de loro
dijo papá y se secó la frente
eso es todo
poesía
Así, cosas, individuos e individuas
son cifra de una existencia única, ardiente; no símbolo hierático, sino
movimiento y consunción. La poesía de Azucena impone un ritmo de lectura veloz,
se agolpa, pero no tropieza, corre; manifiesta una especie de seguridad en tomar
la curva o en pegar el salto propia de la juventud del cuerpo que confía en su
agilidad, su tensión muscular, su fuerza, pero también sabe de su dominio. Todo esto sin dejar explícito que hay
preguntas: por ejemplo, la pregunta por qué vendría a ser escribir poesía (“Qué
dice la poesía”), que amalgama los poemas de la primera parte o la pregunta por
la vida/por la muerte (“La muerte no es hoy”), que reúne las composiciones de la
segunda parte. Una manera de organizar el material que felizmente no queda
clausurado en las categorías que sugiere el título, sino que se escapa por
todos lados, y cada poema viene a desembocar, por gracia de un lenguaje carnoso
que se transfigura vertiginosamente en lo que dije al principio: celebración (o
sea los poemas de la tercera parte).
Transcribo para terminar tres
poemas -y qué difícil es seleccionar- para que el lector VEA:
Escribir no es tan importante
Pinté a la cal el
muro de mi patio
Son más o menos treinta
metros
Algo así como un
homenaje
Como decir que
alguien se ocupa del sol
Porque es pura luz un
muro blanco
Y quebraduras negras
y negruras verdes
Igual que el planeta
Como todas las
primaveras olvidé los guantes
Las manos arden en el
muro de la muerte
Yo sé que no es un
poema
Es una manera de
vivir en la casa del poema.
Usted, no sea lacrimosa, dijo mi abuela
Usted
querida mía
con solo dos palomas
o flechas de papel
puede bajar al cielo
subir a la tierra
recuérdelo
no finja
usted tiene dos
brazos
dos piernas
recuérdelo
lo personal es
político.
Es mentira que duele
El alma no tiene
capacidad de hígado
no sabe escribir
le gusta charlar
de faisán a faisán
el alma
es feliz con nuestras
marionetas
nuestras nueces
nuestro sexo
se divierte con los
dientes de leche
que guardamos en la
alcancía
posa desnuda
en nuestro tallercito
de proezas.
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