martes, 20 de diciembre de 2022

Basso Continuo de Rosanna Nelly


 

El arte de lo poco

Basso continuo de Rosanna Nelly se publicó en Alción Editora (Córdoba) hace ya algunos años, en 2016. No obstante, recién hace unos días fue su presentación, de la cual tuve el placer de participar, junto con Carlos Schilling. Lo que sigue es el texto ligeramente reformulado que leí en la ocasión.

El título del poemario anticipa el tono del conjunto, que además se abre con una sección denominada “Estaciones”: uno piensa en Vivaldi, cuyo famosísimo concierto comienza con la primavera, igual que el primer poema de este libro a los que siguen otros seis. En ellos, el predominio del invierno marca una pauta de quietud y de tensa espera, que en realidad está es todos. Los poemas se concentran en esa línea melódica estructural a que hace referencia el concepto de bajo continuo en el dominio de la música. En línea con la analogía plateada, es posible entrever dos dimensiones en que se codifica la armonía en estas composiciones: una situación existencial depurada al máximo (no hay anécdota, no hay detalle, no hay la más mínima alusión a ello) o -dicho de otro modo- una manera de experimentarla para la que no hay lenguaje transparente; y en otro plano, el contrapunto, el juego de la mano derecha pulsando las notas de un mundo externo que el parámetro de ese bajo continuo admite. Bien calibrado el juego, asistimos a las modulaciones de una voz que se pliega al mundo natural, pero que -a diferencia del mencionado concierto italiano- nos presenta un paisaje separado, ahí, mudo; prolongación humana, pero no humanizado: un único otro ensimismado y … sí, de alguna forma inaccesible, en la gama de lo mustio, mientras evoluciona el año entre imágenes de negación: Leo, por ejemplo: “la noche ya no es / domesticable” (invierno). O “El aire es seco/como papel // Eclipse. / No hay dosel (verano) “Hoy no quiero estar/ con nadie. // Ni siquiera con esta voz / que mientras /camino y camino, / sobre el pasto / que astilla y rechaza / habla y habla. No es solo la inanidad del entorno; es antes bien la inmovilidad del observador; una quietud fija en un acontecer que parece ser el único anclaje de quien lo registra.

Versos cortos, oraciones escuetas puntúan la construcción de cada una de las escenas extremando la sugerencia. Progresivamente asomará la primera persona tan neta en su intemperie como neto es el desamparo de esa naturaleza frente a las inclemencias del año.

El qué dicen estos poemas lo descubrirá el lector: los poemas logran comunicar una emoción, que, como he dicho antes, el lenguaje habitual traiciona. Mal haría yo si intentase traducir ese qué a una descripción. Pero además, creo que el afán de Rosanna es buscar (y encuentra) el cómo lograrlo; y lo hace tal como afirma Victor Redondo en el Prólogo: “con sobriedad y maestría”, dos adjetivos apropiados, ya que apuntan, por un lado, a la medida de la emoción y, por otro, a la pericia, evidente en los aciertos constructivos presentes en diferentes niveles: un lenguaje preciso que hace uso de palabras de “este mundo”, palabras comunes, como nylon, como corcho, como cháchara, pero que no desdeña “oquedades” y “resplandores” y, sobre todo, los combina armoniosamente.

Ningún ribete estilizante, ningún dramatismo, ninguna pirueta intelectual en el lenguaje; sí acaso el registro del observador, cuya reflexión o valoración se desprende de la realidad que enfoca y de las imágenes por las que opta, aunque en ocasiones se expone a la afirmación lisa y llana de verdades que a la autora se le hacen patentes. Sin embargo, eso llega al final del libro. Antes, vemos, como glosaría Borges, por espejo en oscuridad; quiero decir, adivinamos ese sentido o significado que luego dirá Rosanna y que no difiere en esencia de lo que se expone en la primera parte del libro, pero que se concreta en la segunda y tercera, llamadas “Artefactos” y “Jardines”.

El tempus de los poemas es lento, demorado. En la segunda y tercera parte el mundo, se agudiza el carácter distante, desencantado y ajeno de las cosas del mundo que se desenvuelven como una película muda: una estación espacial olvidada brilla y gira; el espejo refleja su propio rostro, pero en el que ella no se reconoce; El gato de la casa “es un recuerdo sedoso en el aire” …es un ídolo de otra nación secreta; en la antigua casa “Lentas plumas / de cal / bajan leves / desde el cielo raso.  // Todo escaso, vetusto/ nevado”; una tarde en la playa de Premíá no devuelve el esplendor arcaico, sino una especie de aceptada decadencia generalizada, en la que coexiste el azul irreal y lo basto de un enorme cartel de lejía, un mar que no baña, un sol que no quema.

Hacer de la pobreza riqueza es una de las cualidades de la poesía y acaso de la inteligencia y de la voluntad que no se rinden. Me acuerdo de una escena de la película Solaris de Tarkowsky en la que se hace referencia a un invento genial que consiste en pegar tiras de papel a los ventiladores: producen en la metálica estación orbital que sobrevuela aquel lejano e imaginario planeta, una ilusión: el susurro de las hojas movidas por el viento en la tierra. “tan sencillo como genial” dice uno de los personajes. He ahí el arte de lo poco. De manera similar, la “industria” de estos poemas se nutre de despojo. En sus pausas se oye la voluntad, que de alguna manera -callada pero elocuente- dice que no claudica y amasa flores de pétalos oscuros.

Dos idiomas convergen en este libro, porque Rosanna incluye la versión en catalán de la totalidad de los poemas de la primera parte: en realidad no sabría cuál es el lenguaje de partida supongo que es el español, por ser su lengua madre. No importa. Más significativa me parece la pregunta de por qué traducir la propia producción a otra lengua. Descarto la preeminencia de una razón práctica: que se publique o haya publicado también en Catalunia. Pienso más bien que el hecho delata al placer del artífice que trabaja con las palabras, un placer que tiene que ver con sumergirse en el rumor del lenguaje y el ejercicio metódico del oficio poético, que tan bien se templa y manifiesta en la tarea de traducción. Creo hallar aquí un dato no menor de la búsqueda de Rosanna en el campo de la poesía, directamente vinculado con el equilibrio de la expresión, con la precisión de las imágenes y con una dicción que le es fiel.

 

 

Planta

 

 

Pujando

su secreta existencia silenciosa,

pulpa verde

afelpada de plata.

 

No se ajetrea

y no le inquieta

la vida ajena,

o la propia.

 

Las estrellas giran

según su propio rumbo,

y asimismo,

la tierra.

 

Luz y sombra.

 

No reclama ni sueña.

Agua,

sol,

mundo,

 y si no, muerte.

 

Cualquier don.

 

Un día no estará

y la mañana

será

infinitesimalmente

diversa.

 

Algo de frío,

una oquedad,

y un reverbero

que la trama,

tal vez,

o no,

reparará.

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario