El arte de lo poco
Basso continuo de Rosanna Nelly se
publicó en Alción Editora (Córdoba) hace ya algunos años, en 2016. No obstante,
recién hace unos días fue su presentación, de la cual tuve el placer de
participar, junto con Carlos Schilling. Lo que sigue es el texto ligeramente
reformulado que leí en la ocasión.
El título del
poemario anticipa el tono del conjunto, que además se abre con una sección
denominada “Estaciones”: uno piensa en Vivaldi, cuyo famosísimo concierto
comienza con la primavera, igual que el primer poema de este libro a los que
siguen otros seis. En ellos, el predominio del invierno marca una pauta de
quietud y de tensa espera, que en realidad está es todos. Los poemas se
concentran en esa línea melódica estructural a que hace referencia el concepto de
bajo continuo en el dominio de la música. En línea con la analogía plateada, es
posible entrever dos dimensiones en que se codifica la armonía en estas composiciones:
una situación existencial depurada al máximo (no hay anécdota, no hay detalle,
no hay la más mínima alusión a ello) o -dicho de otro modo- una manera de
experimentarla para la que no hay lenguaje transparente; y en otro plano, el
contrapunto, el juego de la mano derecha pulsando las notas de un mundo externo
que el parámetro de ese bajo continuo admite. Bien calibrado el juego, asistimos
a las modulaciones de una voz que se pliega al mundo natural, pero que -a
diferencia del mencionado concierto italiano- nos presenta un paisaje separado,
ahí, mudo; prolongación humana, pero
no humanizado: un único otro ensimismado y … sí, de alguna forma inaccesible,
en la gama de lo mustio, mientras evoluciona el año entre imágenes de negación:
Leo, por ejemplo: “la noche ya no es / domesticable” (invierno). O “El aire es
seco/como papel // Eclipse. / No hay dosel (verano) “Hoy no quiero estar/ con
nadie. // Ni siquiera con esta voz / que mientras /camino y camino, / sobre el
pasto / que astilla y rechaza / habla y habla. No es solo la inanidad del
entorno; es antes bien la inmovilidad del observador; una quietud fija en un
acontecer que parece ser el único anclaje de quien lo registra.
Versos cortos,
oraciones escuetas puntúan la construcción de cada una de las escenas
extremando la sugerencia. Progresivamente asomará la primera persona tan neta
en su intemperie como neto es el desamparo de esa naturaleza frente a las
inclemencias del año.
El qué dicen estos poemas lo descubrirá el
lector: los poemas logran comunicar una emoción, que, como he dicho antes, el
lenguaje habitual traiciona. Mal haría yo si intentase traducir ese qué a una descripción. Pero además, creo
que el afán de Rosanna es buscar (y encuentra) el cómo lograrlo; y lo hace tal como afirma Victor Redondo en el
Prólogo: “con sobriedad y maestría”, dos adjetivos apropiados, ya que apuntan,
por un lado, a la medida de la emoción y, por otro, a la pericia, evidente en
los aciertos constructivos presentes en diferentes niveles: un lenguaje preciso
que hace uso de palabras de “este mundo”, palabras comunes, como nylon, como
corcho, como cháchara, pero que no desdeña “oquedades” y “resplandores” y,
sobre todo, los combina armoniosamente.
Ningún ribete
estilizante, ningún dramatismo, ninguna pirueta intelectual en el lenguaje; sí
acaso el registro del observador, cuya reflexión o valoración se desprende de la
realidad que enfoca y de las imágenes por las que opta, aunque en ocasiones se
expone a la afirmación lisa y llana de verdades que a la autora se le hacen
patentes. Sin embargo, eso llega al final del libro. Antes, vemos, como
glosaría Borges, por espejo en oscuridad; quiero decir, adivinamos ese sentido
o significado que luego dirá Rosanna y que no difiere en esencia de lo que se
expone en la primera parte del libro, pero que se concreta en la segunda y
tercera, llamadas “Artefactos” y “Jardines”.
El tempus de los
poemas es lento, demorado. En la segunda y tercera parte el mundo, se agudiza
el carácter distante, desencantado y ajeno de las cosas del mundo que se
desenvuelven como una película muda: una estación espacial olvidada brilla y
gira; el espejo refleja su propio rostro, pero en el que ella no se reconoce;
El gato de la casa “es un recuerdo sedoso en el aire” …es un ídolo de otra
nación secreta; en la antigua casa “Lentas plumas / de cal / bajan leves /
desde el cielo raso. // Todo escaso,
vetusto/ nevado”; una tarde en la playa de Premíá no devuelve el esplendor
arcaico, sino una especie de aceptada decadencia generalizada, en la que
coexiste el azul irreal y lo basto de un enorme cartel de lejía, un mar que no
baña, un sol que no quema.
Hacer de la
pobreza riqueza es una de las cualidades de la poesía y acaso de la
inteligencia y de la voluntad que no se rinden. Me acuerdo de una escena de la
película Solaris de Tarkowsky en la que se hace referencia a un invento genial
que consiste en pegar tiras de papel a los ventiladores: producen en la
metálica estación orbital que sobrevuela aquel lejano e imaginario planeta, una
ilusión: el susurro de las hojas movidas por el viento en la tierra. “tan
sencillo como genial” dice uno de los personajes. He ahí el arte de lo poco. De
manera similar, la “industria” de estos poemas se nutre de despojo. En sus
pausas se oye la voluntad, que de alguna manera -callada pero elocuente- dice
que no claudica y amasa flores de pétalos oscuros.
Dos idiomas
convergen en este libro, porque Rosanna incluye la versión en catalán de la
totalidad de los poemas de la primera parte: en realidad no sabría cuál es el
lenguaje de partida supongo que es el español, por ser su lengua madre. No
importa. Más significativa me parece la pregunta de por qué traducir la propia
producción a otra lengua. Descarto la preeminencia de una razón práctica: que
se publique o haya publicado también en Catalunia. Pienso más bien que el hecho
delata al placer del artífice que trabaja con las palabras, un placer que tiene
que ver con sumergirse en el rumor del lenguaje y el ejercicio metódico del
oficio poético, que tan bien se templa y manifiesta en la tarea de traducción.
Creo hallar aquí un dato no menor de la búsqueda de Rosanna en el campo de la
poesía, directamente vinculado con el equilibrio de la expresión, con la
precisión de las imágenes y con una dicción que le es fiel.
Planta
Pujando
su
secreta existencia silenciosa,
pulpa
verde
afelpada
de plata.
No
se ajetrea
y
no le inquieta
la
vida ajena,
o
la propia.
Las
estrellas giran
según
su propio rumbo,
y
asimismo,
la
tierra.
Luz
y sombra.
No
reclama ni sueña.
Agua,
sol,
mundo,
y si no, muerte.
Cualquier
don.
Un
día no estará
y
la mañana
será
infinitesimalmente
diversa.
Algo
de frío,
una
oquedad,
y
un reverbero
que
la trama,
tal
vez,
o
no,
reparará.
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