Quien mire para allá
verá las montañas. Azules,
diríamos por cierto hábito
de lo lejos. Pero detrás el sol
las hace de otro color indefinible.
Nos imaginamos por el camino
hacia las Altas Cumbres casi siempre
un miércoles lleno de obligaciones,
al filo pulido de la ciudad,
hasta que nos traga un acceso al centro.
El arroyo y sus sombras
de truchas bajo la piedra nos viene
el sábado, tendidos sobre el pasto
de la casa con los ojos cerrados.
Promesa de algún día.
Mientras en las laderas
de los cerros se agitan los penachos
pálidos de las cortaderas.